Formas de ser humano: pinturas y dibujos de Ernesto Deira (1961-1966)
Ernesto Deira pertenece a ese conjunto de artistas que practicó la pintura como una gesta, una figuración magmática de paleta agitada por rojos, azules y amarillos intensos, que salpicara el sentido común fuera del bastidor. Como si sus personajes surgieran a partir de algún proceso volcánico, desde 1961, con poco más de treinta años de edad, Deira fue parte de quienes renovaron la representación de lo humano por medio de esa dimensión material espesa y excedida, un sustrato que el Informalismo había hinchado de protagonismo pocos años antes.
La selección reunida en esta exposición recorta ese periodo experimental, en que el artista exploró las posibilidades de la pintura, pero también del dibujo y del montaje de la obra al momento de la exhibición.1 Se trata de obras producidas entre 1961 y 1966, pobladas de criaturas vitales e indescifrables, incluidas varias pinturas de gran porte. La mayoría de estos dibujos y pinturas no lleva título, como si ese estado de indeterminación no debiera estabilizarse con un nombre. Pero algunos títulos –El estudiante de lógica formal o Retrato familiar– matizan la ferocidad de esas imágenes con una ironía risueña: esas figuras, que no parecen haber terminado de fraguar, se nos presentan como una suerte de contracara extrañada, o de imagen reveladora, de personajes cotidianos y sensatos.
Retrato familiar (1964) retoma el juego de la imagen dentro de la imagen, en un comentario sobre la pintura y su tradicional función retratística: sobre un fondo azul, dentro de dos óvalos trazados con brochazos de color rojo, se adivinan los rostros, de frente y perfil, de dos señores -llevan traje y bastón como atributos. El “retrato” de la derecha, congelado en una mueca, muestra una expresión cadavérica. El de la izquierda se escure hacia abajo, desbordando el marco rojo oval representado. La obra parece una declaración de principios, tanto acerca del despropósito de plasmar una semblanza verosímil en una imagen pintada, como de la apuesta irrenunciable por representar lo humano.
De veladura blanca y más de dos metros y medio de lado, una pintura de 1963 representa, delante de una sutil pero decisiva línea de horizonte, lo que podría describirse como un conjunto indeterminado de figuras humanoides. Tienen ojos, no solo en lo que parecen ser sus rostros sino también en sus manos. O tienen manos que son, a su vez, pequeñas cabezas con ojos. En el revés del bastidor se leen los nombres de quienes integraron el grupo de la Nueva Figuración entre 1961 y 1964: Macció, Noé, De la Vega y también Deira.2 ¿Será tal vez un guiño o un reconocimiento a esos artistas cómplices? La representación de esa agrupación, que para 1963 ya se había disipado, como una suerte de organismo multicéfalo que pintó y dibujó lo que veía, menos con los ojos, que con las manos.
Los reversos de esta y otras de las telas exhibidas ofrecen pistas de redes e itinerarios artísticos que excedieron la escena cultural de la Buenos Aires de los años sesenta; un misterioso “Martha Peluffo” escrito en otro bastidor; una etiqueta de la Bienal Americana de Arte, que las Industrias Kaiser organizaron en Córdoba entre 1962 y 1966, en una pintura de 1964 y , en la mencionada El estudiante de lógica formal, de 1965, una etiqueta de la legendaria galería Bonino, que promocionó a los cuatro pintores de la nueva figuración durante esos años. Aquí hay que señalar el impacto que tuvo, entre los artistas cariocas, la exposición del grupo Nueva Figuración de 1963 en la sede de la galería Bonino de Rio de Janeiro y, dos años más tarde, en el Museo de Arte Moderno de esa ciudad, donde se exhibió Retrato familiar (1964) entre las 12 obras de Deira.3 La selección de pinturas en exhibición también da cuenta de la proyección hacia los Estados Unidos, en la exposición de Deira de 1964 en la galería de la Pan American Union, Washignton DC, cuyo catálogo reproduce la feroz pintura sin título de 1963, que representa una cabeza humana.
Si las pinturas de esos años dieron forma a esa vocación experimental por medio de masas insurrectas de color esparcido, los dibujos realizados en paralelo juegan en su propio campo: el desarrollo lineal (o el pensamiento lineal, para citar el título de una exposición de dibujos de los años ochenta que incluyó a Deira),4 en franco negro sobre blanco. De tamaños más modestos, algunos parecen realizados con movimientos continuos, sin levantar la pluma. Y todos configuran personajes, entre precarios y sofisticados que, gracias a las posibilidades de la tinta sobre papel, presentan detalles, como dientes, cabelleras, órganos y huesos, mezclados con ovillos y otras formas aleatorias, pero misteriosamente humanas.
Dibujos y pinturas se refuerzan mutuamente en sus especificidades a la vez que confluyen como formas de ser humano, esto es como medios por los cuales Deira exploró la figuración de manera vital y múltiple.
Isabel Plante, mayo de 2025.
1 María José Herrera, “La experimentación en la obra de Ernesto Deira (1961-1968), en María José Herrera (cur.), Retrospectiva Deira. Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas, Artes, 2006, pp. 10-21.
2 Si bien, la primera exposición conjunta también estuvo integrada por Sameer Makarius y Carolina Muchnik, el grupo se estabilizó luego con estos cuatro integrantes: Ernesto Deira, Jorge De la Vega, Rómulo Macció y Luis F. Noé.
3 Paulo Herkenkoff, Nueva figuración Río/Buenos Aires. Río de Janeiro, Galería del Instituto Cultural Brasil-Argentina, 1987.
4 Luis Felipe Noé y Jorge López Anaya (org.), El pensamiento lineal. En torno a la autonomía de la línea a través del dibujo argentino. Buenos Aires, Fundación San Telmo, 1988.







