Esta muestra de Cynthia Cohen exhibe el estado actual de su percepción del mundo y el modo en que hoy ella concibe la vida y el arte. Cada cuadro es una indagación sobre percepciones que le permiten proyectar hacia afuera dinámicas internas. Un proceso creativo que se emparenta con el “modelo interior” de Batlle Planas y las asociaciones libres del automatismo, pero con una resolución pictórica muy diferente. Es un viraje del Pop del consumo hacia un Pop metafísico, con rasgos del Camp y el Surrealismo por el uso de la extravagancia, el humor y el absurdo. Como lo define Susan Sontag, el Camp es “una sensibilidad; no es una idea ni un estilo, sino más bien una forma de ver el mundo”.
Sus relatos se arman con situaciones e imágenes que le van señalando este nuevo camino. Une de manera contradictoria diferentes elementos que provocan extrañamiento”. El artista es aquel que señala, ampliando las posibilidades del cosmos con nuevas articulaciones de lo real, entendiendo que lo real es también lo que se oculta y que a veces se desoculta. Es lo que sucede en “Acepta los pensamientos que van surgiendo”, donde la artista construye una obra en la cual se superponen infinidad de escenas y pensamientos fascinantes, sin una estructura lógica aparente, como sucede cuando meditamos. Hay fragmentos de un tapiz francés de estilo Aubusson antiguo, porciones de sashimis, peces, cielos, un cuerno de la abundancia y barras de hierro.
Las manos señalan y a la vez crean mundos paradójicos, como en la escena del cuadro “Amazonita”, donde una esmeralda levita arriba de una masa también verde, sobre un fonde de paisaje serrano. Es el señalamiento de la contradicción, donde lo absurdo es la base en la producción del discurso pictórico. En todo el Renacimiento encontramos las manos con el dedo índice que se dirige a lo que pareciera ser la interpretación del enigma. Un misterio para develar en cada relato.
Sentimos la latencia del erotismo en lenguas que salen de un empapelado donde prevalece el rojo en “Libertine”, una instalación con recreaciones digitales proyectadas en las paredes de la sala de la galería.
En “Azurita”, la sensualidad de lo gustativo se encarna en una lengua lamiendo una cereza con crema, aumentando de manera extrema lo sensorial con la belleza rara de una enorme piedra azul levitando sobre el paisaje.
Reaparecen las rocas, que Cynthia ya había usado en su primera muestra cuando las pintaba en grupo como piedras preciosas engarzadas en anillos. En aquel momento el contexto estaba ligado a una reflexión sobre el poder económico como alusión a la tiranía de la institución patriarcal. Esos primeros anillos se convirtieron después en criaturas protagónicas enormes, con joyas perfectamente pintadas de un rigor extremo en el facetamiento y brillo de cada alhaja.
Hoy las rocas están texturadas de manera expresiva, muy lejos del precisionismo de entonces. Ahora son parte de un viaje cristalino en el que fue encontrando otro objetivo en su identidad como artista. La convicción de que la obra activa algo inefable, eso que no tiene nombre porque no existe palabra para designarlo. Se sitúa en la línea de poetas y místicos que se han esforzado por dar testimonio de experiencias trascendentes.
Por eso no podemos entender racionalmente lo que acontece en estos trabajos, sino más bien, ingresar en esas moradas que nos propone la artista. La historia del arte en varias ocasiones trató de manifestar la dimensión metafísica, como en los trabajos de Hilma af Klint, Malevich o el argentino Xul Solar entre muchos otros.
Lo que hace tan original estos trabajos de Cynthia es que materializa estas ideas con una propuesta contemporánea, mezclando objetos de colores vibrantes sobre fondos del paisaje argentino. Y acudiendo, además, a su propia historia. Se reapropia de su autobiografía artística con nuevos significados.
Cuando pintó flores, al igual que en las joyas, sus “’Rosas” sugerían el éxito de la apariencia perfecta, abiertas en su máximo esplendor. Hoy la flor de su cuadro “Un deseo”, tiene sus pétalos caídos, está casi marchita y es la única obra que, en vez de levitar, necesita ser sostenida. Sin pudor, expone la caída y el registro melancólico de la etapa final.
Los finales, como las despedidas, son encuentros. Celebro este encuentro de un nuevo rumbo en la obra de Cynthia Cohen. Que ya estaba desde sus inicios, pero que hoy pudo manifestarlo. Pienso en la historia del piloto inglés que, habiendo calculado mal su derrotero, descubrió Inglaterra, bajo la impresión de que era una ignorada isla del mar del Sur. Y cuando plantó bandera, había por fin llegado a su propia Patria.
Cynthia descubrió en Cruz Chica la llave que abrió el portal de un nuevo sentido. La creencia en el arte como una revelación trascendente y espiritual.
Laura Batkis
Curadora